12 Jun El etiquetado
Todo indica que cuando actuamos como consumidores de productos alimentarios, cada vez deseamos con mayor fervor recibir la mayor información sobre el alimento que vamos a comprar: origen, modo de cultivo/fabricación, impacto medioambiental, ingredientes y alérgenos…
Una mayor información disponible implica una mayor necesidad de interpretación por parte del consumidor y, por tanto, manejar más conceptos para los que nadie nos ha preparado. Como hacemos en otros aspectos de nuestra vida, cuando tenemos que interpretar una información que se escapa de nuestra formación, recurrimos a expertos en la materia: abogados, médicos, contables, ingenieros…
¿Qué hacemos en el supermercado?
Cuando vamos a comprar, analizamos la información que nos da el envase del alimento, sin acudir a un profesional de la alimentación que nos haga de intérprete y valore el producto en su justa medida.
Una parte de la información es fácil de entender: libre de azúcar, criado en granja, alimentado con… Sin embargo, llegamos a conceptos como la lista de ingredientes de la etiqueta, que por su complejidad para entenderla nos transmite desconfianza, miedo y ganas de comprar otro producto que lleve menos ingredientes, o ninguno.
La información asociada a los alimentos es muy sensible, pues hace referencia a aquello que comemos, que afecta de forma directa a nuestra salud. Si ciertos atributos de un producto alimentario nos son desconocidos, rápidamente su rechazo es radical, aunque, como en el caso de los ingredientes y aditivos, muchos sean imprescindibles.
Desde la industria…
¿Tenemos que seguir aumentando la información que aportamos?
¿Información esencial y plenamente entendible por cualquiera de nosotros?
¿Estamos transmitiendo una mayor confianza dando más información, mucha de ella difícil de entender?
Si en el afán de ser transparentes, estamos generando rechazo o desconfianza, algo tenemos que hacer.