29 Ago No dejes que me parezca a otros…
Si hay algo que caracteriza a un producto innovador es su identidad propia, que cuando lo veamos encontremos atributos propios, imposibles de conseguir en otras categorías.
Si lo analizamos desde el punto de vista gastronómico, la innovación nos ofrece experiencias en la mesa memorables. Cualquiera de nosotros recuerda un restaurante u otro por aquellas propuestas que le hacen ser no diferente, sino único.
Cuando compramos un producto nuevo, ya sea en un restaurante o en un supermercado, queremos que nos haga sentir algo, que cuando lo comamos no nos deje indiferentes: en algún punto del ciclo de vida del producto innovador tenemos que conseguir este hito.
Entiendo que se realicen lanzamientos de productos que tomen características de otras categorías, las cuáles se encuentran dentro de nuestra dieta normal y las tenemos interiorizadas en nuestra mente.
Es una vía muy válida lanzar una gama de productos aludiendo a las características de otro tipo de productos: facilita que el consumidor interiorice una nueva categoría y, además, permite que el consumo de esta nueva categoría sea «social».
Es recomendable, que el consumo de una nueva categoría disruptiva no suponga que el consumidor se aísle y lo consuma de forma individual. Si el producto comparte características con aquellos «tradicionales», da la oportunidad al consumidor de ingerir estos alimentos en compañía de un consumidor menos ávido de novedades, aunque este último nunca lo vaya a probar, en un corto plazo…
Sin embargo, una vez pasado este período de «duelo», el producto que es innovador tiene que sobresalir, sin necesidad de parecerse a otros. Ya se ha asentado en el mercado, y el consumidor ya ha entendido el producto: ahora necesita que esta nueva categoría le muestre porque tiene que seguir consumiéndolo.
No dejes que me parezca a otros…